Suetonio fue biógrafo e historiador romano durante los reinados de dos importantes emperadores. Bajo Trajano, desde finales del siglo I hasta el año 117, y de Adriano, durante los inicios de su gobierno. En 1950 se encontró una inscripción honorífica en su ciudad natal, Hippo Regius, (Hipona) en Numibia, que da cuenta de su lugar de nacimiento y fecha, a inicios del reinado de Vespasiano, año 71.
Sobre este contemporáneo de Tácito y amigo también de Plinio el joven, conocemos algunos datos sobre su vida, en parte por la correspondencia con Plinio, también a través de los escritos de Elio Esparciano que cita de él en su aportación a Historia Augusta y en las obras del historiador bizantino Juan Lido.
Gracias a su
relación con Plinio, pudo tener acceso al emperador Trajano y obtener puestos
importantes dirigiendo las bibliotecas, siendo responsable de archivos, lo cual
le sirvió para acceder a numerosa información vital para su proyecto futuro.
Después, también mantuvo una buena relación con Adriano, aunque esta última se
resintió debido a los celos por parte del emperador ante la buena y cercana
amistad del historiador con su esposa Vibia Sabina, eso pudo ocurrir en el año
120. A partir de ese momento se retiró de la labor pública y se dedicó más
plenamente a lo que siempre quería hacer, escribir, hasta su muerte en el año
126 o poco después de ese año. Su obra fue valorada y se enseñaba en las altas
escuelas de la edad media, hasta su estilo de escribir fue copiado por algunos
biógrafos, como Eginardo, quien lo hizo al escribir la vida de Carlomagno en el
año 800.
De su extensa obra nos queda de manera completa la más
importante “La vida de los doce Césares” y otra más fragmentada “Sobre hombres
ilustres”. Esta última según parece contenía distintas biografías de personajes
célebres, cultos y sabios que merecían ser destacados. Jerónimo de Estridón
citó de esta obra para destacar a varios personajes de los que Suetonio hace
referencia y que tuvieron cierta relación con el cristianismo, pero
lamentablemente no nos han llegado esos fragmentos, si bien no podemos negar su
existencia pues Suetonio tuvo conocimiento de la existencia del cristianismo
más primitivo, gracias a que con seguridad en su acceso a las bibliotecas
encontró numerosas citas textuales.
Fue en su obra
más importante, la que terminó de realizar en el año 121, donde menciona la
persecución de cristianos y en otro párrafo supuestamente menciona a Cristo. Al
hablar del gobierno de Claudio, explica algunas de sus decisiones con respecto
a ciertos movimientos religiosos: Hizo
expulsar de Roma a los judíos, que, excitados por un tal Cresto, provocaban continuos
alborotos. (Los doce Césares, Claudio
XXV)
Cuando aquí hace referencia a judíos, y a un tal Cresto, caben dos posibilidades, sobre las que muchos expertos siguen aún debatiendo. En primer lugar, bien pudiese ser un error de transcripción del nombre “Cristo”, por Cresto, aunque tratándose de un escritor de su talla y gran investigador de los datos que aporta en sus escritos sería extraño. En ese caso, también debió confundirse al hablar de Cristo como si viviera aún en tiempos de Claudio, cuando realmente habían pasado casi diez años de su muerte. Si este era el caso, aunque no mencionase allí el nombre de cristianos, es muy probable que Suetonio haya incluido a los cristianos cuando se refería a los judíos, teniendo en cuenta que para ese tiempo al cristianismo se le consideraba una secta judía más y siendo esta una minoría religiosa, pudiera haber oído acerca de ellos. En el mismo capítulo nos cuenta que Claudio también prohibió a los druidas, a quienes menciona como personas de una crueldad atroz, una definición a todas luces exagerada y falsa, pues no se conocen a los druidas como personas violentas, ni guerreras, más bien eran sacerdotes y magos, oráculos, consejeros, pero nunca lucharon ni pertenecieron a ejército alguno, ni se les conocen ritos de sacrificios humanos. De alguna manera el mismo Suetonio está demostrando prejuicios contra las minorías religiosas, común entre las altas esferas de Roma.
También señaló
que Claudio hizo esfuerzos por consolidar la adoración de los dioses
tradicionales, se le dio importancia a restaurar templos, mostrando un celo y
devoción especial a los dioses romanos. Justificando así a que se persiguiera a
otras minorías religiosas que no fueran las tradicionales. Notemos también este
comentario en un párrafo anterior: Con
respecto a las ceremonias religiosas y a las costumbres militares y civiles,
así como a la situación de todas las órdenes sociales, tanto en Roma como fuera
de ella, corrigió ciertas prácticas, restableció otras caídas en desuso (…)
Puso especial cuidado en que, siempre que hubiese un temblor de tierra en Roma,
se decretase unos días festivos, y que cuando se observase una ave de mal
agüero en el Capitolio, se ofrecieran rogativas públicas a los dioses. (Los doce Cesares, Claudio XXII)
Esto muestra
que el celo de Claudio por sus tradiciones, estuvo detrás de su personal lucha
contra otras ideologías ajenas al imperio. Suetonio parecía defender esa
actitud del emperador, incluso la elogiaba. Esto, unido a su personal odio
hacia los cristianos, alimentado por lo que su amigo Plinio pudiera haberle
comentado al respecto, es posible que le hicieran errar en detalles, para él
poco importantes, como la forma de escribir un nombre. Así que bien pudiera
referirse a Cristo en la primera cita, como alusión al líder al que los
cristianos, que en su mayoría judíos, predicaban y contra lo que otros judíos
enemigos renegaban.
No obstante,
contra el argumento de que se refería a Cristo y a los cristianos, hay varios detalles
a tener en cuenta, uno de ellos era precisamente esa buena relación de Suetonio
con Plinio el joven, el cual era bien conocedor de los cristianos y que pudo
informar a su amigo escritor la diferencia de estos con los judíos. Es más, en
el capítulo relacionado con Nerón, sí utiliza el término cristianos, al
afirmar: “Los cristianos, clase de
hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al
suplicio (Los Doce Césares cap.
Nerón XVI). Queda claro que sabía de la existencia de estos y que eran
diferentes de los judíos. Luego tenemos el testimonio que da el mismo libro de
los Hechos de los apóstoles, corroborando lo mencionado por Suetonio sobre la
expulsión de los judíos de Roma: Después
de esto Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Y se encontró con un judío
que se llamaba Aquila, natural del Ponto, quien acababa de llegar de Italia con
Priscila su mujer, pues Claudio había ordenado a todos los judíos que salieran
de Roma. Fue a ellos, y como él era del mismo oficio, se quedó con ellos y
trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas. (Hechos de Apóstoles 18:1-3).
Es digno de
notar que aquí también hace referencia a que Claudio expulsó a todos los
judíos, sin distinción, sin embargo los mencionados en este relato, Áquila y
Priscila eran cristianos aunque judíos de raza y tuvieron que salir de Roma, además
menciona de manera específica que Claudio expulsó a los judíos, no dice a los cristianos,
lo que Suetonio confirmó. Es muy posible que los tumultos a los que se refiere
Suetonio tuvieran relación con la oposición, en algunos casos violenta, con la
que muchos judíos recibieron a la nueva comunidad cristiana, que en esos
tiempos se nutría principalmente de adeptos judíos. En el libro de los Hechos
de Apóstoles se mencionan varias trifulcas de líderes judíos contra los
misioneros cristianos.
Basándonos en
esto, cabría la posibilidad de que el nombre Cresto, mencionado por Suetonio,
tal vez fuera el de un cristiano muy predicador y celoso de la época, lo cual,
como solía ser habitual, llamó la atención de las autoridades religiosas judías
y se formara un tumulto en torno a él entre judíos y cristianos. También cabe
la situación opuesta, que Cresto haya sido un judío alborotador enemigo de los
cristianos y causante de los disturbios que colmaron la paciencia del emperador
o incluso.
Pero debemos
decir también que el nombre Cresto no era un nombre hebreo, como si lo era
Jesús, (Jeshua), tampoco era un nombre griego o romano, pues en griego Cristo
tampoco era un nombre, sino más bien la traducción de la palabra hebrea
“mesias” cuyo significado es escogido o ungido. De hecho, en varias
traducciones o copias de este libro de Suetonio aparecen distintas grafías,
tales como Chresto, Cheresto, Cresto, Christo y Cristo. Y algunos expertos
afirman que es posible que se diera el caso de un fallo ortográfico por parte
del historiador o del copista del que nos han llegado las copias más antiguas. Por
tanto, podemos concluir que Suetonio tal vez quiso señalar que los disturbios
que provocaron la expulsión de los judíos fue por causa de la revolución
religiosa iniciada por el fundador del cristianismo, Cristo en el seno del
judaísmo y que provocó el hartazgo del emperador.
Pero incluso no
siendo esta una referencia a Cristo, en cualquier caso, las informaciones
presentadas por Suetonio casan con lo mencionado en las narraciones cristianas
más antiguas sobre disturbios entre judíos por el cristianismo y expulsión de los judíos por parte de Claudio y eso es lo
importante.
Con respecto a
la segunda mención, esta vez más directa, fue cuando trata la vida de Nerón, si
bien no menciona nada en cuento a lo de culpar a los cristianos del incendio, como
vimos antes, si habló de forma despectiva de estos, pues hace referencia a
ellos como un tipo de hombres llenos de supersticiones nuevas o como lo expone
otra traducción: que practicaron una nueva y maléfica religión.
Entra en lo
normal que un hombre como Suetonio, defensor de las tradiciones romanas, además
informado por Plinio el joven, hablase de esa manera tan despectiva del cristianismo
romano. Encajando además, con los testimonios tanto de cristianos como de otros
historiadores paganos sobre la persecución por parte de Nerón.
Otros detalles
que corroboran de alguna manera los relatos de los evangelios es la mención que
hace Suetonio de un censo en los tiempos de Augusto que coincide con una
inscripción de este en los archivos imperiales. Veamos en primer lugar lo que
describe el evangelio de Lucas: Y
aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se
hiciera un censo de todo el mundo habitado. Este fue el primer censo que
se levantó cuando Quirinio era gobernador de Siria. Y todos se dirigían a
inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. Y también José subió de Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por
ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse junto con
María, desposada con él, la cual estaba encinta. Y sucedió que mientras
estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. (Lucas 2:1-6)
Lo del
primer censo en tiempo de Quirinio es tema de debate entre teólogos e
historiadores, algunos afirman que el evangelista Lucas se equivocó pues
durante ese primer censo Judea no era parte de Siria y por tanto no entraba en
la jurisdiscción de aquel gobernador, lo que sí está atestiguado es que Cesar
Augusto efectivamente realizó varios censos. Suetonio lo muestra en su libro
también: Augusto asumió igualmente y a
perpetuidad la tutela de las costumbres y de las leyes. Con su atribución,
aunque no ostentaba el cargo de censor, ordenó en tres ocasiones el censo del
pueblo: la primera y la tercera vez conjuntamente con su colega, la segunda él
solo. (La vida de los doce Césares,
Augusto XXVII)
Por otro lado,
en una inscripción sobre hechos de la vida de Augusto, menciona también los
tres censos, dice así: En mi sexto
consulado llevé a cabo, con Marco Agripa como colega el censo del pueblo.
Celebré la ceremonia Lustral después de que no se hubiese celebrado en 42 años;
en ellas fueron censados 4.063.000 ciudadanos romanos. Durante el consulado de
Cayo Censorio y Cayo Asinio llevé a cabo el censo por mí solo, en virtud de mi
poder consular, en cuya ilustración de contaron 4.233.000 ciudadanos romanos.
Hice el censo por tercera vez, en virtud de mi poder consular y teniendo por
colega a mi hijo tiberio César, en el consulado de Sexto Pompeyo y sexto
Apuleyo, con ocasión de este censo conté 4.937.0000 ciudadanos romanos. (Res gestae Divi Ausgusti)
Este último
censo también fue mencionado por Suetonio al hablar de que le ayudó en esta
tarea su hijastro Tiberio y poco después moriría Augusto. Pero un detalle
destacable aquí es que al parecer tenía costumbre de celebrar un censo tras una
ceremonia Lustral. Suetonio también confirma este hecho, lo cual indica que
estaba bien documentado. Al parecer este tipo de fiestas se celebraban entre
finales de primavera y principios de otoño, nunca en invierno, por tanto, era
imposible que se estableciera un censo, incluso en las provincias en fechas tan
frías y complicadas como el invierno. Eso a la hora de establecer el nacimiento
de Jesús descartaría diciembre como mes para llevar a cabo ningún censo, lo
cual no sería un fallo del evangelista Lucas, pues este no menciona la fecha,
ni el mes en el que esto sucedió, sino más bien un llamativo detalle que
muestra que la fecha del 25 de diciembre fue una asignación posterior, que no
contó con lo descrito y explicado en los evangelios, que más bien parecen
indicar que fue a principios del otoño y por tanto encajaría con la realización
de viajes de este tipo.
Sin embargo,
también cabe mencionar que ninguno de estos tres censos encaja exactamente con
el mencionado por Lucas, pues por los datos aportados, fueron el primero entre
el 26-28 AC, el segundo alrededor del 7 AEC y el último en el año 14 EC, pues
al término de este, Augusto moría. Así que, es muy posible que la inscripción
antes mencionada solo aplicara a los ciudadanos romanos y no a otros censos en
las provincias. Lo cual dejaría libre de fechas los realizados bajo la
gobernación consular de Quirinio, que servían con fines recaudatorios. Por
supuesto que tocará hacer encaje de bolillos para casar que el año en el que
supuestamente nació Jesús estuviera vivo Herodes, que Quirinio gobernara, y
Augusto mandase un censo en las provincias de Palestina, esto es algo a lo que
se dará una explicación en otro capítulo.
En cualquier
caso, el testimonio no libre de prejuicios de Suetonio, nos muestra a las
claras que en el siglo I y II existió un movimiento llamado cristianismo, y sin
lugar a dudas ya había llegado a Roma y era conocido por los emperadores tan
antiguos como Claudio (año 41-54) y Nerón (54-68).
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