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ISBN OC : 978-84-9981-705-7
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Las Indulgencias : Comerciando con el perdón

Grabado que muestra la venta de indulgencias en plena calle, a la luz pública.


Si tocamos aquí el tema de las indulgencias, asunto que afectaba principalmente a la iglesia católica, es porque de alguna manera fue razón y preámbulo de lo que posteriormente sucedería y que traería consecuencias futuras de muy largo alcance y gran trascendencia en la cuestión que tocamos en este trabajo.
La definición de lo que se ha conocido como indulgencias lo encontramos en la siguiente expresión : Indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal debida por los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa; remisión que el fiel cristiano, bien dispuesto y en determinadas condiciones, consigue por medio de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, dispensa y aplica autoritariamente el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos" (Enciclopedia Católica)
También como continuó explicando posteriormente el papa Pablo VI : es el precio infinito e inexhausto que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo, que nuestro Señor ofrece para que toda la humanidad sea libre del pecado y llegue a la comunión con el Padre; es el mismo Cristo Redentor con las satisfacciones y los méritos de su redención...
Por supuesto esta idea de la concesión de indulgencias a cambio de algo, y su opción de aplicarlo a los muertos, era totalmente desconocida para los cristianos del siglo I y II. De hecho durante los siglos II hasta el IV, fue motivo de discusión lo contrario, la imposibilidad de tener perdón ante algún tipo de pecados. Por ejemplo en la época de Tertuliano, se entendía que los acusados de pecados graves, o los que traicionaban su fe, los llamados lapsi jamás podían obtener el perdón, se aceptaba eso en base a lo que interpretaban en las escrituras, por ejemplo, en la carta de Pablo a los Hebreos, donde dice : Porque es moralmente imposible que aquellos que han sido una vez iluminados, que así mismo han gustado el don celestial de la Eucaristía, que han sido hechos partícipes de los dones del Espíritu Santo, que se han alimentado con la santa palabra de Dios y la esperanza de las maravillas del siglo venidero, y que después de todo esto han caído; es imposible, digo, que sean renovados por la penitencia, puesto que cuanto es de su parte cuelgan en el madero de nuevo en sí mismo al Hijo de Dios, y le exponen al escarnio. (Carta a Hebreos 6:4-6)
Por otro lado se interpretaba de igual modo las palabras del propio Jesús cuando dijo: Todo pecado y blasfemia) serán perdonados a los hombres, mas la blasfemia del Espíritu no será perdonada. Y todo el que dijere palabra contra el Hijo del hombre, perdonada le será mas el que la dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este tiempo, ni en el otro. (Mateo 12:31,32) Por ello para Montano, Tertuliano, posteriormente para Novaciano y Donato también, era inconcebible el otorgar perdón a alguien que después de aceptar el cristianismo y al Espíritu Santo, lo rechazara o negara para salvar la vida.
Sabemos que más tarde esto se suavizó, hasta el grado que en tiempos de Cipriano, (año 248), se hablaba de ciertas maneras de poder adquirir perdón para los lapsi, por medio de aquellos mártires sobrevivientes, con los famosos certificados de perdón. Fue una de las razones por las que Novaciano se separó de la iglesia, al igual que posteriormente hicieran los donatistas, para quienes aquello podía convertirse en un negocio de intercambio de favores por perdón. Por otro lado Novaciano, incluso durante un tiempo el propio Cipriano, hablaban del juicio divino que aquellos pecadores debían sufrir para pagar por sus pecados posteriores a la aceptación del Cristo.
Pero todas esas discusiones para el siglo XIII, ya no tenían el sentido que montanistas, tertulianistas, novacianos ni donatistas le dieron. Desde tiempos de Agustín de Hipona, (siglo V), la iglesia se veía con la autoridad de Dios para perdonar pecados, interpretan en estas palabras de Jesús, la autoridad que la iglesia, y mas concretamente el papa de Roma tenían para perdonar o castigar a los pecadores, que consideren merecedores de una u otra cosa : Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos. (Evangelio de Mateo 16:19) Por ello, a partir de entonces la iglesia por medio de sus representantes tenía la potestad de perdonar cuanto pecado se consideraba perdonable, a cambio de ciertas muestras de arrepentimiento.
Tomando la pie de la letra esa idea, Urbano II, ofreció a todos los cruzados perdón de los pecados y faltas, por la labor desarrollada a favor de la iglesia en la lucha contra los infieles sarracenos y la liberación de la Tierra Santa. Eso sentó las bases para el siguiente paso, la concesión del perdón de cualesquier pecado o mal, a cambio de favores u obras en beneficio de la iglesia.
Aunque hemos de remontarnos un poco más atrás en el tiempo para entender lo que Urbano II hizo. A partir de los siglos VI y VII, ya se habla por primera vez de ciertos pagos en ocasiones incluso económicos, aunque nunca obligatoriamente impuestos. Por ejemplo, para aquellos cristianos que habían incurrido en algún pecado confesado se estipulaba ciertos ayunos y penitencias. Mas tarde se inició la costumbre de poder cambiarlos por otros sacrificios indultorios, así, los largos ayunos a pan y agua se redimían o conmutaban con diversas oraciones, alguna limosna o peregrinaciones a Tierra Santa o a Roma, visitas de un santuario o iglesia, pago de cierta cantidad de dinero, obras de construcción a favor de la iglesia o participación en otra obra de beneficencia.
El obispo de Canterbury, en el año 690 dictó una serie de listas de penitencias o precios por los diferentes pecados : "por un pecado de simple fornicación un año de penitencia pública a las puertas del templo, vistiendo cilicio y con los pies descalzos durante los oficios divinos; por pecado de adulterio, casi tres años; por pecado de incesto, catorce años; al asesino de un sacerdote, siete años de penitencia o setenta días de ayuno a pan y agua; al que falsificó pesas y medidas, veinte días de ayuno". (MANSI, Concilia 18,156).
Por ello para los siglos XI al XIII, en esta época se vio más necesario esto, pues la violencia por las numerosas guerras, por otro lado, debido al resurgimiento y progreso en las grandes ciudades, la usura, y la fornicación por el aumento de la prostitución y otros pecados iban en aumento y la iglesia se encontraba en una tesitura complicada, no podía por un lado pasar por alto esto, pero tampoco tomar medidas extremas contra todo aquel pecador impenitente
La base teológica de las indulgencias lo desarrollaron los escolásticos Alejandro de Hales, Alberto Magno y Tomás de Aquino, en el siglo XIII, quienes inventaron el principio de la tesorería de la Iglesia. La tesorería de la Iglesia era el "lugar" donde se guardaban todas las buenas obras que a los apóstoles y los llamados santos de la antigüedad les habían había sobrado al tratar de asegurarse la dicha del cielo. En base a eso, se podían entregar por así decirlo algunas de esos excedentes a aquellos que no alcanzaban a tener una vida tan devota, o para compensar los pecados de otros vivientes.
Alejandro de Hales, maestro del celebre Tomás de Aquino escribió en su libro Summa Theologica, acerca de la posible salida del purgatorio, al que en esa época se consideraba parte del infierno diciendo más o menos esto : Aquel quien merezca castigo de purgatorio, puede serle aplicado sufragio por oración, pero eso no significa de ningún modo juicio de absolución. (Summa theol. IV q.23 membr.5) Así aunque reconocía la posibilidad de ser librado de dicho castigo, decía que debía ser necesarias muchas oraciones y al final, dependía de Dios la salida de el alma de allí, lo cual no significaba que los humanos pudieran cambiar el juicio de Dios, pero si suavizar la pena.
A partir de ese planteamiento se fue extendiendo la idea de pagar misas y oraciones por los muertos, a pesar de que la idea del purgatorio como lugar intermedio entre le cielo y el infierno no se estableció hasta el año 1439 en el concilio de Florencia, y hasta el año 1456 bajo dirección de Calixto III no se extendió los favores de la bula a las almas del purgatorio. En cualquier caso, si fue un importante paso para ello, que significó en las siguientes décadas y siglos, un abuso de las llamadas bulas e indulgencias.
Aunque en realidad las primeras indulgencias de carácter general de las que se tiene constancia, fueron aplicadas en la primera mitad del siglo XI en Francia. Es entonces cuando la Iglesia, atendiendo a la debilidad humana y queriendo promover el perdón y la caridad, empieza a multiplicar las opciones para obtener este perdón de la pena mediante ciertas condiciones. Al principio eran solamente indulgencias parciales; después también plenarias o prolongadas, incluso durante toda la vida de la persona; parciales, cuando a los que practicaban ciertos actos de piedad se les remitía una cuarentena de días, o un año, o bien la cuarta parte o la mitad de la penitencia que hubieran debido cumplir por los pecados ya perdonados sacramentalmente; y plenarias, cuando se les concedía, en lo posible, el perdón de toda la pena;
Pero desde el tiempo de Tomás de Aquino, ya los papas empezaron a otorgar a determinadas personas poderosas económicamente, escoger libremente a un confesor que les absolviera de cualquier pecado, incluso de los mas graves que solían ser reservados al propio papado. Esto incluía indulgencias plenarias una vez en la vida y otra a la hora de la muerte.
Pero pronto se sucedieron extremos en el uso de las indulgencias, pues en algunos casos, algunos obispos, arzobispos y otros importantes miembros del clero, tenían autoridad para dar indulgencias, y con el paso del tiempo se extendió la costumbre de conceder esas oraciones o misas en favor del pecador solo a cambio de dinero, se fueron dejando a un lado las penitencias con viajes de peregrinación a tierra santa o Roma, ni otros trabajos para la comunidad. Todo perdón se daba a cambio de dinero o posesiones, en principio para la iglesia, pero en muchos casos se trataba de dinero del que los propios clérigos eran los principales beneficiarios.
Una grave consecuencia, no cabe duda, fue que esto significaba la mezcla de lo espiritual con lo económico. Sobre todo desde el momento en que las autoridades eclesiásticas se percataron de que la concesión de indulgencias podía convertirse en una copiosa fuente de recursos, ya que el pueblo llano, ávido de perdón, no escatimaba el dinero con tal de aminorar las penas del purgatorio, del que tal vez tenían un concepto mas imaginativo que teológico. Los sermones en las iglesias, se dirigían a mantener ese temor al purgatorio, o al infierno y eso hacía que la gente en aquella época de tantas supersticiones y temores al mas allá, se sintieran mas que impulsadas a dar lo que sea para morir en paz y no vivir con la condenación, ni sufrir por algún pariente que pudiera haber muerto en pecado, como sucedió mas tarde, una vez establecida la enseñanza del purgatorio o el limbo como etapa previa entre cielo e infierno.
También eran sumamente productivas y útiles para algunos gobernantes aliados con el clero, el que se vendieran las indulgencias que se promulgaban, pues en muchos casos se hacían en favor de la construcción de una catedral o de un santuario, de un hospital, de un puente, o de cualesquier obra necesaria en la comunidad. Hay un ejemplo, Federico de Sajonia se esforzó por enriquecer de reliquias e indulgencias la Schlosskirche de Wittenberg. Con el dinero de dichas indulgencias pudo pagar a los profesores de su Universidad.
Otro efecto negativo de las indulgencias, fue que el pueblo llano y rudo atendía algunas veces no tanto al arrepentimiento y a la contrición interna por haber hecho algún mal, si no más bien a lo externo requerido para la indulgencia, manifestando más temor de la pena que de la culpa. Para otros también era más fácil dar un poco de dinero y pagar por su pecado con eso, que hacer obras u otro tipo de sacrificio físico.
Se llegó a llamar "buleros" a los colectores de las limosnas o dineros a cambio de perdón. En otro lugares se les llamaba también Quaestores; Este último nombre es con el que aparecen en documentos de principios del siglo XII. Pero por causa de sus abusos y avaricia, frecuentemente despertaban en muchos pueblos, vivas protestas y sentimientos de repulsa, incluso odio.
En muchos lugares llegó a convertirse en pieza clave para la organización eclesiástica, pues se nombraban específicamente a estos Quaestores, y se les asignaban dietas y proporciones de dinero del que recolectaban. Durante la pugna de los papas, Bonifacio IX, fue duramente acusado por Gregorovius y aun por otros contemporáneos de traficar con las indulgencias. Esto era porque durante ese tiempo algunos vieron en este asunto un verdadero negocio del cual querían sacar tajada. Grandes banqueros, como los Frescobaldi y los Pazzi, de Florencia, o los Függer, de Agsburgo, intervinieron en el negocio, adelantando capital a la sede papal a cambio de percibir ellos un tanto importante de la recaudación de las indulgencias.
Así fue como el aspecto espiritual de la concesión de indulgencias se oscureció y se convirtió en uno de los mas sucios y vergonzosos episodios de la cristiandad, que añadía así una capa más de mala hierba al trigo escondido dentro. Pero tan criticada costumbre, sin embargo se convirtió en una forma de hacer que se rompiera la fortaleza que hasta ese momento tenía el catolicismo en Europa, pues gracias a estos escándalos surgirían muchos disidentes, siendo uno de las cuestiones que más motivaron a la futura reforma de Calvino, Lutero y otros.

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